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VERA CRUZ - Nº 2 CUARESMA 2016
ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE
LA ESCULTURA PROCESIONAL EN LA EDAD MODERNA
Los escritos de nuestros ascetas y místicos del Siglo de Oro persiguieron actuar sobre
sus lectores, excitándoles sensorialmente hasta hacerles experimentar que se
encontraban ante la escena o acontecimiento a meditar, y todo para moverles a
devoción. Esta vía de la meditación realista, cuyos verdaderos creadores fueron los
franciscanos, genera una suerte de imaginería mental que alcanza tintes de gran
intensidad dramática y expresiva cuando se trata de rememorar los pasos de la Pasión
de Cristo, en lo que fray Luis de Granada fue un auténtico maestro.
Para estos autores, el mundo sensorial es valorado no tanto por sí mismo, cuanto como
estímulo capaz de mover el alma hacia Dios. En este sentido, la plástica escultórica
jugará un protagonismo esencial para desatar en el devoto esa desbordante emoción
comunicativa que alcanza su cenit en los días de Semana Santa, durante las estaciones
de las cofradías de penitencia, cuando las imágenes que representan a Cristo en los
diferentes momentos de su pasión y muerte, y a la Virgen en sus dolores y soledad, se
encuentran a pie de calle con el fiel cristiano, haciéndole copartícipe de sus
padecimientos. Puede decirse que estas procesiones, acompañadas de disciplinantes,
fueron un instrumento que utilizó la Iglesia con una intención socio-religiosa,
adoctrinadora y propagandística, dirigida a todos los estamentos sociales, para
recordarles el supremo poder de la religión como único medio de salvación. Esta
práctica de la flagelación pública, tan espectacular como cruenta, fue debidamente
alentada a través de los sermones cuaresmales, que reforzaban en la psicología de los
fieles un sentimiento de culpa por los pecados cometidos y el temor a los castigos
eternos, provocando su arrepentimiento y mortificación.
El disciplinante, en toda la ferocidad y violencia sanguinaria que le imprime su
proceder devocional, es fiel reflejo de Cristo en el paso de su flagelación, tal como es
descrito por los literatos y predicadores del momento. Igual sucede con aquel que
destroza sus hombros al portar una cruz, imitando a Jesús Nazareno en su camino
hacia el Calvario. Y esa misma conmovedora impresión es la que tratan de transmitir
los escultores en las imágenes de temática pasionista que les son encargadas por las
cofradías de penitencia, donde a medida que nos adentremos en el siglo XVII se
apuntará hacia un realismo más cruel, con una recreación morosa en los detalles de
dolor que se resaltan con vivos gestos de imploración, desmayo, tristeza y sufrimiento.
Aunque existen ilustres precedentes medievales, la imagen mariana de vestir se
consagra durante la Edad Moderna. Con el auge tomado por las cofradías de penitencia
bajo el reinado de Felipe II, se consolida la presencia de la Dolorosa que se concibe,
desde su origen, para ser vestida, contando con un cuerpo de candelero provisto de
brazos articulados, de manera que sólo se esculpen y encarnan el rostro y las manos. El
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