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Vera cruz - Nº 4 CUARESMA 2018
DOÑA TERESA DE ZÚÑIGA Y GUZMÁN, DUQUESA DE BÉJAR,
Y LOS INICIOS DE LA DEVOCIÓN A LA VIRGEN DE LA
SOLEDAD EN AYAMONTE.
Un hecho insólito se produjo el día nueve de mayo de 1562 en la corte madrileña; el
príncipe Don Carlos, hijo del rey Felipe II, tras haber sufrido una grave caída, se
hallaba postrado en el lecho, “sin esperanza de vida y desamparado de toda humana
esperanza”, nos refiere un documento notarial coetáneo.
El soberano, que tenía una fe inquebrantable en el poder sanador de las reliquias de los
santos (de hecho fue el mayor “coleccionista”de ellas en su época ), hizo traer al
palacio el cuerpo incorrupto de fray Diego de San Nicolás, es decir, el popular y
venerado Diego de Alcalá, que se encontraba sepultado en el monasterio de San
Francisco de Alcalá de Henares. El cadáver momificado del religioso fue colocado en
la cama del príncipe convaleciente; este puso sobre sus rodillas la cabeza del
franciscano, mientras que con la mano le tocaba el rostro. Este acto piadoso y de fuerte
carácter taumatúrgico, fue presenciado por todos los religiosos que habían portado la
preciada reliquia, además de un nutrido grupo de nobles y eclesiásticos, entre los que
se encontraba el confesor del rey Prudente.
Sabido es que el príncipe Don Carlos se curó de la grave dolencia, y ello sirvió para
considerar el hecho como algo extraordinario y milagroso; uno más de los numerosos
milagros realizado por fray Diego. No es de extrañar, pues, que tanto Felipe II, como
su hijo el príncipe Don Carlos se convirtieran en los principales valedores y
promotores de su canonización, que, como sabemos, se consumó en el año de 1588, ya
bajo el pontificado de Pío V.
Pues bien, a ese príncipe, sanado milagrosamente de su mortal caída al tocar el cadáver
de San Diego de Alcalá, le tenía reservado el rey de Francia, Enrique II (ya viudo de su
esposa Catalina de Médicis), la mano de su joven y bella hija Isabel de Valois, de edad
de trece años, uno menos que el príncipe, y así convertirla en su esposa, poniendo fin a
la enemistad entre ambos reinos. Para sorpresa de todos, el rey Felipe cambió el deseo
del rey Enrique, y la joven Isabel de Valois se convirtío en su esposa, la tercera, pues
estaba viudo de María de Inglaterra y contaba con treinta y dos años. Los esponsales se
celebraron en el mes de enero de 1560.
La joven reina francesa traía, entre sus pertenencias, una valiosa pintura de la Virgen
de los Dolores en su Soledad, regalada por su padre quien a su vez la había recibido de
San Francisco de Paula en ofrenda y muestra de gratitud. La venerada imagen pintada
fue vista por el confesor del rey, fray Diego de Balbuena y por fray Simón Ruiz,
quienes quedaron prendados al contemplar la bella y emotiva escena de María
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