Page 49 - Boletin VeraCruz 2018
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Vera cruz - Nº 4   CUARESMA 2018


                   Domingos de Ramos me llevaba a ver la Mulita y las noches de Semana Santa íbamos a
                   ver las procesiones al paseo con mis abuelos, mi madre y mis tíos.

                   Cuando nos fuimos de la Barranca, me costó lo mío entenderlo. Allí dejaba a mis amigas,
                   mi colegio y la Iglesia de los Martes y los Viernes Santos.

                   Cuando mis abuelos se mudaron al salón, estreché lazos con una de mis compañeras de
                   clase,  con  mi  amiga,  la  de  siempre,  con  la  que  siempre  pude  ser  realmente  yo,  la  que
                   conocía mis secretos, mis debilidades y compartía todo conmigo. Su hermana, dos años
                   más pequeña que nosotras, nos acompañaba en todos los laberintos que a esas edades se
                   nos  ocurrían  y  que  terminaban  de  rematar  otras  dos  queridas  amigas:  una  con  chándal
                   amarillo y otra con bonitos monos confeccionados pos su madre. Otra de nuestras amigas
                   vivía  entre  Zafra  y  Ayamonte  y  no  siempre  podía  acompañarnos,  pero  el  tiempo  que
                   pasaba con nosotras lo aprovechaba a base de bien. Ella le alumbra el camino a nuestra
                   Soledad cada Semana Santa.

                   Un chico con una Honda, otro con Vespino blanco y un tercero con moto roja también
                   formaban parte de nuestra pandilla.

                   Con ellos viví otra Semana Santa diferente; ya no me asustaban los pasos, pero seguía
                   evitando ver a mi tía detrás de la Soledad. Como buenos católicos, teníamos presente las
                   celebraciones  más  importantes  en  estos  días:  misas,  lavatorios,  procesiones.  No  nos
                   perdíamos una levantá, una tribuna, una esquina de la Peña, una recogida.

                   Tampoco nos perdimos ni un solo pisotón en la calle Felipe Hidalgo delante de la Virgen
                   del Rosario. Lo que sí perdió mi amiga un año fue una bota roja ante la excitación de
                   Ignacio, el capataz, cuando corría calle arriba con la Virgen.

                   A otra amiga mía, la más guapa de todas, el día que más le gustaba era el Jueves Santo.
                   Todos los años estrenaba ropa ese día. Veíamos la Madrugá con su padre, que cantaba las
                   saetas como nadie. Ella también cantaba de maravilla y un año se arrancó por martinetes
                   delante de Padre Jesús con “Los Cuatro Cirios”. Pero claro, es lo que tiene Padre Jesús, mi
                   amiga se ahogó en lágrimas en cuanto él se paró a su vera.

                   La Virgen del Mayor Dolor ha sido siempre la favorita de mi amiga la del centro. Decía
                   que las manos de la Virgen eran idénticas a las de su madre y yo sé porqué lo decía. Con
                   ella, de las Angustias a San Francisco, no podíamos perdernos ni un detalle de la salida de
                   las dos hermandades, después al Paseo de la Ribera para verlas pasar, a continuación a las
                   Angustias para ver la recogida y vuelta a correr para San Francisco para ver entrar a mi
                   Soledad de rodillas.

                   Durante  esos  años  sufrimos  de  lo  lindo  cuando  veíamos  los  nubarrones  en  el  cielo  y
                   llorábamos cuando  no  podían  salir los  pasos.  Un año  llovía  tanto la  noche  del  Viernes



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