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Vera cruz - Nº 4 CUARESMA 2018
Domingos de Ramos me llevaba a ver la Mulita y las noches de Semana Santa íbamos a
ver las procesiones al paseo con mis abuelos, mi madre y mis tíos.
Cuando nos fuimos de la Barranca, me costó lo mío entenderlo. Allí dejaba a mis amigas,
mi colegio y la Iglesia de los Martes y los Viernes Santos.
Cuando mis abuelos se mudaron al salón, estreché lazos con una de mis compañeras de
clase, con mi amiga, la de siempre, con la que siempre pude ser realmente yo, la que
conocía mis secretos, mis debilidades y compartía todo conmigo. Su hermana, dos años
más pequeña que nosotras, nos acompañaba en todos los laberintos que a esas edades se
nos ocurrían y que terminaban de rematar otras dos queridas amigas: una con chándal
amarillo y otra con bonitos monos confeccionados pos su madre. Otra de nuestras amigas
vivía entre Zafra y Ayamonte y no siempre podía acompañarnos, pero el tiempo que
pasaba con nosotras lo aprovechaba a base de bien. Ella le alumbra el camino a nuestra
Soledad cada Semana Santa.
Un chico con una Honda, otro con Vespino blanco y un tercero con moto roja también
formaban parte de nuestra pandilla.
Con ellos viví otra Semana Santa diferente; ya no me asustaban los pasos, pero seguía
evitando ver a mi tía detrás de la Soledad. Como buenos católicos, teníamos presente las
celebraciones más importantes en estos días: misas, lavatorios, procesiones. No nos
perdíamos una levantá, una tribuna, una esquina de la Peña, una recogida.
Tampoco nos perdimos ni un solo pisotón en la calle Felipe Hidalgo delante de la Virgen
del Rosario. Lo que sí perdió mi amiga un año fue una bota roja ante la excitación de
Ignacio, el capataz, cuando corría calle arriba con la Virgen.
A otra amiga mía, la más guapa de todas, el día que más le gustaba era el Jueves Santo.
Todos los años estrenaba ropa ese día. Veíamos la Madrugá con su padre, que cantaba las
saetas como nadie. Ella también cantaba de maravilla y un año se arrancó por martinetes
delante de Padre Jesús con “Los Cuatro Cirios”. Pero claro, es lo que tiene Padre Jesús, mi
amiga se ahogó en lágrimas en cuanto él se paró a su vera.
La Virgen del Mayor Dolor ha sido siempre la favorita de mi amiga la del centro. Decía
que las manos de la Virgen eran idénticas a las de su madre y yo sé porqué lo decía. Con
ella, de las Angustias a San Francisco, no podíamos perdernos ni un detalle de la salida de
las dos hermandades, después al Paseo de la Ribera para verlas pasar, a continuación a las
Angustias para ver la recogida y vuelta a correr para San Francisco para ver entrar a mi
Soledad de rodillas.
Durante esos años sufrimos de lo lindo cuando veíamos los nubarrones en el cielo y
llorábamos cuando no podían salir los pasos. Un año llovía tanto la noche del Viernes
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